En DECIR ADIÓS A LA PAREJA (1) vimos algunas de las causas que hacen que la pareja no funcione. Pero a
pesar de no funcionar, muchas veces se sigue con la pareja durante mucho
tiempo, sin afrontar la situación ni buscar una salida. ¿Por qué lo hacemos?
Uno de los
motivos más frecuentes es el de pensar que “ya pasará”, que es una crisis
temporal y se solucionará sola. Y se atribuye el malestar de la pareja a las
causas económicas, al estrés del trabajo, a los hijos, a los padres, etc.
Por un lado,
los problemas, sean los que sean, si no se afrontan, no suelen resolverse por sí
solos: al contrario, tienden a cronificarse y agravarse. Sólo estamos ganando
tiempo, tal vez porque no tenemos fuerzas para afrontar-lo.
Por otro lado,
los problemas económicos, laborales, de los hijos, etc. son inherentes a la
propia existencia. Siempre hay alguno. Son pocas las temporadas que podemos
pasar verdaderamente tranquilos, con la sensación de que todo va perfecto. Y la
relación de pareja debería funcionar, la comunicación, la confianza, la
sinceridad, el compartir y las relaciones sexuales, deberían seguir
funcionando, pase lo que pase alrededor. Las circunstancias adversas deberían
servir para fortalecer el vínculo de la pareja, para hacer una piña.
Son muchos los
motivos que nos frenan cuando pensamos en una separación. La economía, los
hijos, la familia y el entorno, el miedo a la soledad, el miedo a no ser capaz
de salir adelante sin una pareja, el miedo a qué pasará, a la situación
desconocida a la que nos enfrentamos...y esto a menudo hace que nos adaptemos,
que nos acomodemos. Es lo que se denomina la zona de confort, aquella
franja que hay entre lo ideal y lo insoportable, entre aquello que querríamos y
el sufrimiento. Es una zona en la que nos acomodamos a vivir, aunque no cumpla
ni de lejos con nuestros objetivos y nuestros proyectos. Estamos adaptados y
nos resulta cómodo. Pero no nos llena. Y a la larga, este vacío se convierte en
frustración, malestar, conflicto interno. Acaba saliendo por algún sitio en
forma de depresión, ansiedad, algún síntoma somático o buscando un/a amante,
por ejemplo. A la larga acaba por salir.
Pero no hay
sólo dos opciones, conformismo o ruptura. Se pueden hacer muchas cosas para
mejorar la relación de pareja. Cuando hablamos de “salvar” la relación es que
hemos tardado demasiado tiempo en afrontarlo. Hay un punto de inflexión donde
uno de los dos no quiere dar marcha atrás, se ha cansado de la situación y de
intentar arreglar las cosas, o se ha cansado de adaptarse al otro. Antes de
llegar a este extremo es necesario buscar una aproximación. Busquemos el
espacio idóneo, como puede ser un viaje, una escapada los dos solos, lejos de
todos los factores externos que nos entorpecen. Estando alejados de los
problemas y relajados, es el momento de hablar de aquello que no funciona. Pero
para ello, es preciso que los dos estén dispuestos. Habrá que escuchar,
verdaderamente escuchar las demandas de la pareja. Habrá que cambiar cosas,
cambiar actitudes. Habrá que renunciar a algunas cosas. Si queremos que cambie
la relación, tendremos que cambiar algunas de nuestras formas de actuar.
Pensemos que no podemos cambiar al otro; podemos proponer cambios, nos propondrán,
y hemos de ser sinceros con nosotros mismos y con el otro, y decidir si estamos
dispuestos a hacer los cambios que se nos piden o no.
Algunas veces,
un tiempo, un espacio sin el otro, una separación temporal nos ayuda a ver las
cosas con distancia, con perspectiva.
Si finalmente
decidimos dejar la relación, lo ideal sería poder hacerlo de mutuo acuerdo, sin
hacernos más daño del que ya provoca la ruptura por sí misma.
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