Ya desde la
antigüedad, los griegos decían que somos “animales sociales”. El ser humano
necesita de los demás: a nivel práctico, para compartir tareas, intercambiar
productos, repartir el trabajo, defenderse los unos a los otros, etc. A un
nivel más emocional -que es del que quiero hablar- para darse soporte y estima.
Todos
necesitamos, en mayor o menor medida, sentirnos aceptados por los demás, sentir
que pertenecemos a un grupo o comunidad, sentirnos valorados y estimados. Aquí
entran en juego las necesidades individuales: hay personas que son más
independientes, les gusta más hacer cosas solas, aunque también necesitan
sentir que pertenecen al grupo, y los hay que necesitan más al grupo. Y hay
quien supedita demasiado sus decisiones, incluso su autoestima, a la opinión de
los demás.
Pero quiero
hablar de las relaciones más personales, de la amistad. Se dice que los amigos
“de verdad” se cuentan con los dedos de la mano. De conocidos, podemos tener
muchos. Pero ¿cuál es la función que tiene un amigo íntimo?
El amigo o
amiga “íntimo” es aquel con el que tenemos una afinidad especial, aquel a quien
le confiamos nuestros secretos más íntimos, nuestras inquietudes más vitales y
nuestros sentimientos más profundos. Normalmente confiamos sólo en 3 o 4
personas, como mucho, a este nivel de intimidad.
Para que se dé
este grado de comunicación profunda, se necesitan las condiciones adecuadas. En
una reunión de 8 o 10 personas, generalmente se hablará de temas más
“externos”, más comunitarios: política, fútbol, incluso filosofía de la vida,
pero sin entrar demasiado en el terreno personal. Acostumbran a ser
conversaciones más triviales, más lúdicas y divertidas. No tan profundas.
Es cuando
quedamos a solas con un amigo o dos, que nos atrevemos a explicar cómo nos
sentimos y qué cosas nos inquietan más. Aunque no se verbalice, se da por
supuesto que el amigo guardará como secretos las intimidades que yo le explico.
Pero hay
personas que se quedan ancladas en el concepto “adolescente” del amigo
incondicional: “el amigo íntimo ha de estar dispuesto a escucharnos y ayudarnos
siempre que lo necesitemos, a cualquier hora o día”. Y aquí es donde se corre
el peligro de traspasar los límites del otro, o de sentirse frustrado. Hemos de
considerar siempre, que por más que le hayamos explicado nuestras intimidades a
la otra persona, por más que confiemos, el amigo sigue teniendo derecho a decir
que no a una demanda nuestra. La amistad no obliga a nada. Es un sentimiento
que se comparte, de forma voluntaria, sin ninguna obligación Y este es un tema
que a menudo me encuentro en la terapia: por un lado, la persona que se siente
obligada a atender las demandas del amigo o amiga, que no sabe o no puede decir
que no, que se siente incluso abrumado por los problemas del otro y no sabe
cómo decírselo sin hacerle daño. Por otro, la persona que esperaba una
incondicionalidad sin límites, y se siente frustrada y dejada de lado porque el
amigo o amiga le ha dicho que no, tenía otras prioridades en un momento dado,
que atender a sus demandas.
La amistad
desde un punto de vista adulto es una fuente de refuerzos positivos, de afecto,
tan necesario para el ser humano, un “oído que nos escucha” y una persona a
quien podemos pedirle su ayuda -siempre respetando su derecho a decir que no-.
También es la persona que nos hará una crítica constructiva cuando haya que
hacerla, nos dirá siempre la verdad, aunque no nos guste oírla. Podemos aprender
mucho y nos podemos enriquecer mutuamente con nuestros amigos.
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