A veces es muy evidente cuál es la causa de este estado anímico: las pérdidas (muerte, separaciones, pérdida del trabajo, emigración); también pueden fomentar la depresión todas las situaciones que suponen un cambio de vida, ir a vivir en pareja, tener un hijo, acabar los estudios, jubilarse… esto está en función de la capacidad personal para adaptarse a los cambios y, por supuesto, de las circunstancias que rodean este cambio. Todo cambio supone un esfuerzo de adaptación y supone también la pérdida de algo y produce, en mayor o menor, medida, ansiedad y decaimiento del estado de ánimo. Tenemos miedo de lo desconocido y nuevo, y temor de no poder asumir la nueva situación. Esto hace que sean tan frecuentes, por ejemplo, las llamadas “depresiones postparto”.
Una enfermedad crónica, nuestra o de un ser querido, también provoca decaimiento.
Muchas otras situaciones pueden conducirnos a una depresión.
Otras veces, no obstante, cuesta saber cuál es la causa. Cuando no es evidente que haya una, puede ser hora de parar y escucharnos a nosotros mismos. La depresión, al igual que la ansiedad, son indicadores de que hay algo que no funciona. Parémonos a pensar: ¿qué estamos haciendo con nuestra vida?, ¿qué cosas no me gustan y no hago nada para cambiarlas?, ¿qué proyectos, deseos, sueños,…, estoy dejando de lado?, ¿estoy cuidando de mí mismo?, ¿qué necesito?, ¿qué estoy haciendo para conseguirlo?, ¿qué estoy evitando?
La depresión puede ser una buena oportunidad para replantearnos nuestra vida.
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