Cuando cursaba 3º de BUP (16 años), el profesor de literatura nos hizo leer Cien años de soledad. Fue mi primer libro "serio", que me transportó al mundo imaginario, fantasioso de García Márquez. Descubrí el gusto por la novela.
Hoy, no pondré frases filosóficas, ni música relajante: sólo las primeras frases de esta magnífica obra, como un pequeño homenaje al autor. Descanse en paz...
Muchos años
después, frente al pelotón de fusilamiento, el coronel Aureliano Buendía había
de recordar aquella tarde remota en que su padre lo llevó a conocer el hielo.
Macondo era entonces una aldea de veinte casas de barro y cañabrava construidas
a la orilla de un río de aguas diáfanas que se precipitaban por un lecho de
piedras pulidas, blancas y enormes como huevos prehistóricos. El mundo era tan
reciente, que muchas cosas carecían de nombre, y para mencionarlas había que
señalarlas con el dedo. Todos los años, por el mes de marzo, una familia de
gitanos desarrapados plantaba su carpa cerca de la aldea, y con un grande
alboroto de pitos y timbales daban a conocer los nuevos inventos. Primero
llevaron el imán. Un gitano corpulento, de barba montaraz y manos de gorrión,
que se presentó con el nombre de Melquiades, hizo una truculenta demostración
pública de lo que él mismo llamaba la octava maravilla de los sabios
alquimistas de Macedonia. Fue de casa en casa arrastrando dos lingotes
metálicos, y todo el mundo se espantó al ver que los calderos, las pailas, las
tenazas y los anafes se caían de su sitio, y las maderas crujían por la
desesperación de los clavos y los tornillos tratando de desenclavarse, y aun
los objetos perdidos desde hacía mucho tiempo aparecían por donde más se les
había buscado, y se arrastraban en desbandada turbulenta detrás de los fierros
mágicos de Melquíades. «Las cosas, tienen vida propia -pregonaba el gitano con
áspero acento-, todo es cuestión de despertarles el ánima.»
Gabriel García
Márquez
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